LA LUZ EN LA SOMBRA

Tanizaki, en su ensayo titulado: "El elogio de la sombra" relata cómo cada año elegía un lugar para ir a contemplar la Luna llena de otoño y cómo su deseo era arruinado por el exceso de luz:
"Un año quise ir a contemplarla en barca al estanque del Monasterio de Suma, en la quinceava noche... invité a algunos amigos... para descubrir que en torno al estanque habían colocado alegres guirnaldas de bombillas eléctricas multicolores; la Luna había acudido a la cita, pero era como si ya no existiera"

Igual sucede en nuestro mundo profano. Las calles llenas de luz, no nos dejan ver las estrellas. 

La ciudad es un firmamento artificial cuyas constelaciones alejan nuestros miedos interiores invitándonos a comprar objetos que nos hagan bellos, satisfagan nuestros deseos, sacien nuestra hambre y nos liberen, falsamente, de la vejez o la gripe.

Nos movemos como autómatas en esa falsa seguridad de un universo creado a nuesta medida, sintiendo que cualquier inquietud encontrará remedio en un producto del mercado, pues el dinero es la panacea universal que todo lo logra.

Caminando bajo las luminarias todo resplandece. Nuestra atención es robada una y otra vez por las ráfagas luminosas de los vehículos, los atractivos escaparates, el brillo de los objetos, los vidrios...

A veces una farola desfallece y un cono sombrío abre un hueco en nuestro paraíso articial. Cruzamos deprisa temiendo perder nuestro sueño encantado, pues los miedos internos afloran en cuanto desciende la intensidad de la luz, dependiente, a fin de cuentas, de un generador eléctrico.

Vivimos atrapados por las luces efímeras, como las mariposas en verano, incapaces de observar nuestras oscuridades y aceptarnos como somos, con nuestras miserias y grandeza.

Cegados por distracciones, vivimos como si fuésemos eternos, cuando nuestros días están contados. Olvidamos que al morir el planeta seguirá existiendo. Otros seres humanos experimentarán alegrías y tristezas, y, dependiendo de nuestra actitud ahora, sus condiciones de vida serán mejores o no.

Ignoramos lo que ocurre en las profundidades de nuestra mente que solo aflora durante la noche en sueños que no recordamos. Tan solo una pesadilla o el enfrentarnos a la enfermedad o el infortunio abren las puertas del desconocido inconsciente. Entonces nos sentimos vulnerables, seres sujetos a la enfermedad y la muerte, necesitados del amor de nuestros semejantes y, sobre todo, ignorantes de que somos capaces de superar nuestros miedos.

Necesitamos Luz interior para alumbrar nuestras sombras, Luz para explorar nuestro espectro emocional, para conocernos íntimamente.
Por eso, cuando somos iniciados pedimos la Luz.

En nuestra Iniciación, se nos conduce a las profundidades de la tierra, al interior oscuro de nosotros mismos. Somos enfrentados al inconsciente que permanece en la sombra. Siendo aprendices se nos conduce al Norte, al lugar de la noche, para observar nuestras oscuridades interiores.

Al cabo del tiempo, en la negrura del Norte descubrimos nuestra débil Luz interior iluminando las sombras con suaves destellos, al comienzo casi imperceptibles.

Lentamente nuestra mirada interna se adapta a la oscuridad. Así comprendemos que el miedo es parte de la condición humana, al igual que sentirnos inseguros o poderosos, felices o desgraciados, enfermos o sanos. Observamos cómo nos apegamos a unas emociones mientras huímos de otras. Escondemos la mitad oscura de nuestra naturaleza, y, cuando aparece, nos sentimos vulnerables. 

Nuestra suave Luz interior va cobrando fuerza a medida que aprendemos a manejarla. Sentir miedo a la muerte es humano, ¿por qué huir de él? El miedo es solo miedo, simplemente una emoción. Y la muerte, a fin de cuentas, una incógnita que en su momento tendrá respuesta, pero no antes.
Usamos nuestros sentidos y las herramientas que nos son dadas para conocernos interiormente y comprender el mundo que nos rodea. El verdadero motor de cambio es el conocimiento de nosotros mismos.

La fuerza nace de nuestra Luz interior, esa sabiduría, inteligencia, raciocinio y capacidad de observar que nos permite percibir el centro de unión común a todo lo que existe. Porque vivimos en un mismo planeta y tenemos un destino común por el que trabajar juntos.

Es gracias a nuestra propia Luz no dependiente de las luces exteriores, que realizamos la tarea de pulir a escuadra nuestra piedra cúbica, aplicando la rectitud en nuestras obras y pensamientos.
Nuestra Luz interior nos alumbra en el viaje de la búsqueda interna, en un recorrido por la realidad que somos y que nos esforzamos en comprender. 

A través de largos viajes, de pulir y observar nuestra piedra, el camino transcurre desde la oscuridad a la Luz interior, adquiriendo una consciencia libre no alienada por las distracciones externas, Luz serena y hermosa como la Luna llena. 

Conocedores de nuestra propia Luz, y de nuestras sombras, en el uso de nuestra plena Libertad podemos ser herramientas de cambio y de progreso, pues al ser conscientes de nuestras oscuridades adquirimos una nueva sensibilidad hacia el dolor de los seres que sufren que de modo natural nos esforzamos por aliviar. 

Así, nuestro efímero paso en este mundo es dedicado al bien de todos los seres y de los que vendrán después.

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